Baby doll
Lo prohibido y su transgresión
Me apasiona observar la conducta de la gente, sobre todo cuando es ambivalente, atormentada y violenta.
(Elia Kazan)

Fotogramas de Baby doll y The lighthouse hill (1927) de E. Hopper. Pese al claroscuro que los caracteriza, los planos exteriores se definen por un vacío poético y silencioso que recuerdan a las casas rurales de Edward Hopper. El aislamiento inquietante que proyectan estas imágenes enfatizan la soledad que encierra a Lee, a Baby doll, a tía Rosa y a los trabajadores.
Baby doll representa un punto neurálgico en la historia del cine americano y de Hollywood por su controvertida y sagaz mirada al interior de un triángulo erótico entre Baby doll (Carroll Baker), una mujer dividida entre la niñez y la juventud, su marido Archie Lee (Karl Malden), un empresario semiarruinado del algodón y Silva Vacarro (Eli Wallach), un empresario emergente que amenaza con sustituir la obsoleta Desmotadora de Lee.
Con este tragicómico triángulo, nos adentramos en el movimiento imposible del binomio prohibición-transgresión((Imposible según George Bataille, porque estos dos términos son inconciliables o no dialécticos, por lo tanto es un movimiento que no puede ser superado)). Aquí la extrapolación cinematográfica de la imposibilidad es doble: En primer lugar, versa sobre el rechazo y negación del sexo conyugal y esta prohibición es contractual. En segundo lugar, planea sobre la prohibición del adulterio. Ambas prohibiciones son transgredidas, gracias a Eros. La primera mediante el voyerismo de Archie Lee y la segunda, con el affaire entre Baby doll y Silva Vacarro.

En Baby doll, el relato del triángulo «amoroso» es cínico, ácido y pesimista. Atributos que le convierten en el lado oscuro del mito erótico oficial hollywoodense.
Baby doll narra la clásica historia de la niña-mujer, casada con un hombre mayor, que deja a su paso –consciente de ello o no– un remolino de emociones contenidas y contradictorias, y la historia de la quiebra económica y la ruina –la contracara del sueño americano–. Ambos argumentos, como bombas de relojería, amenazan con estallar y se contienen hasta la desesperación, como la desesperación que define el estado psico-sexual de Archie, el antihéroe trágico e inepto. Y nosotros, convertidos explícitamente en voyeurs como él, asistimos a su derrumbe.
La contención y la desesperación definen el contenido y la forma del filme, de este modo, Kazan y compañía nos adentran en las emociones prohibidas de los protagonistas –personajes egoístas, turbios y ambivalentes que pasan de la risa al odio como el poder, y su contracara, pasa de mano en mano de los protagonistas.
La puesta en escena de la tensión sexual.
La tórrida y borrascosa senda del deseo reprimido
Todas las circunstancias externas e internas que dificultan o alejan la consecución del fin sexual normal (impotencia, coste elevado del objeto sexual, etc.) favorecen, como es comprensible, la tendencia a permanecer en los actos preparativos, convirtiéndolos en nuevos fines sexuales que pueden sustituirse por el normal.
(Sigmund Freud)
Baby doll posee tantos puntos de aproximación, como capas ficcionales de la realidad social, desnudando así el declive –a través de un hombre– de una clase económica y de un tipo de mentalidad moral. En estas líneas, me centraré en una capa en particular: el aspecto erótico, representado por la tensión sexual, la prohibición y la transgresión.

Fotogramas de Baby doll, 1956
Todo comienza con una transgresión. A plena luz de la mañana, en una decadente mansión rural (Tiger Tail), vemos a Archie Lee espiando((En el sentido psicológico, este movimiento trasgresor del voyerismo –como del fetichismo mencionado en el filme– entraría en el ámbito de las desviaciones neuróticas (perversiones) freudianas que pueden darse en “aquellos estadios del enamoramiento en los que el fin sexual normal es inasequible o en los que su realización aparece aplazada”. Tres ensayos sobre la teoría sexual, Cap. I, p.26. Sigmund Freud)) a Baby doll mientras duerme. Pero este movimiento transgresivo va más lejos y nos hace cómplices, nos incita a mirar a través de ese mínimo agujero por el que mira el marido. Vemos a Baby doll mal durmiendo en una cuna. Esta escena morbosa y contradictoria sube rápidamente la intensidad de la historia y hasta el perro balbucea agitado, proyectando como espejo la excitación del marido. Baby doll se despierta y le sorprende. Comienza la lucha a través de la cual se nos revela la primera prohibición: Archie Lee no puede tener sexo con Baby doll hasta que ella cumpla los 20 años.
Así que todo parte con la represión sexual y la tensión que esta prohibición origina. La necesidad erótica toma forma negativa debido a la represión y el deseo no compartido. La negación trasforma a Eros en una fuerza perversa: Lee al no conseguir a Baby doll, la niega convirtiéndola en su objeto de contemplación e intenta poseerla simbólicamente a través de la mirada((Como decía, con este gesto, Kazan enfatiza la posición del espectador frente a la imagen cinematográfica, la perversa alianza entre la mirada, el placer y la impotencia)). Eros agónico y atado busca el estallido que le es propio y para ello toma la forma de voyeur. En el relato del film, esta desviación o lo que Bataille denomina mecanismo ritual de la trasgresión es una consecuencia lógica de la prohibición((“Con su actividad, el hombre edificó el mundo racional, pero sigue subsistiendo en él un fondo de violencia. La naturaleza misma es violenta y, por más razonables que seamos ahora, puede volver a dominarnos una violencia que ya no es la natural sino la de un ser que intentó obedecer, pero que sucumbe al impulso que en sí mismo no puede reducir a la razón. Hay en la naturaleza y subsiste en el hombre, un impulso que siempre excede los límites y que sólo en parte puede ser reducido” (Bataille, El erotismo, p. 44.)) y la castración voluntaria.

Fotogramas de Baby doll, 1956. La pareja discute continuamente sobre el pacto de castidad. La irascibilidad y nervios de Lee es proporcional al deseo contenido.
La prohibición marital es contractual, ya que Lee prometió a su difunto suegro la castidad temporal de ésta. La represión resultante del pacto se proyecta y se enfatiza en la alienación y contradicción que produce, de ahí que el filme resulte “tan perverso”. Es por su sofocante negación y la normatividad del pacto –gesto que recuerda, aunque desde su lado opuesto, la figura literaria sadiana del pacto–. En este contrato, ella es la propiedad a largo plazo de Archie Lee, si éste cumple sus promesas económicas. Es su mujer, pero de momento sólo puede ser contemplada.
De este modo, con humor negro y crudeza, la película desnuda la naturaleza instrumental de la sexualidad y las relaciones de poder presentes en el juego performativo del matrimonio hasta el punto en que lo insoportable de esta verdad se mezcla con el deseo sexual latente y punzante de Lee. Del deseo de ella no sabemos mucho –como es lógico en ese contexto–, hasta aquí sólo está claro que no desea a su marido, éste más bien le provoca repulsión y risa.

Fotogramas de Baby doll, 1956
Pero este oscuro juego del deseo aun se complica más cuando, a raíz del incendio que Lee provoca en la desmotadora de Vacarro, éste aparece en la residencia del matrimonio.
A partir de aquí la tensión sube vertiginosamente de escala y vertebra un doble ritual de poder entre los dos empresarios y Baby doll. En primer lugar, la lucha por la propiedad empresarial: Lee tiene una maquinaria arcaica y rota, una chatarra, según Baby doll. Vacarro tiene maquinaria nueva, además de trabajadores y capital. En segundo lugar, la lucha turbia que ambos mantienen por Baby doll. De esta forma, la película queda bastante alejada del sueño patriarcal romántico que vendía Hollywood, por esos años.

Fotogramas de Baby doll, 1956
En esta lucha de poder ella, propiedad-esposa de Lee, es presionada a ser la anfitriona del espectáculo de su propio rol. En este contexto lo que también resulta inquietante –y está el hecho de que ella duerme en una cuna para no dormir con Lee– son los enunciados que Baby doll pronuncia casi murmurando, por debajo del disfraz de objeto de deseo. Con ellos comprendemos que detrás de la niña se esconde una adulta que entiende su desgracia de ser para otros y que, a su modo, se venga de los hombres que la definen cosificándola.
-Archie Lee: La gente está enterada de nuestra situación. Ayer en la calle, un tipo me dijo: «¿Tu mujer aún sigue durmiendo en una cuna?» Y los demás se rieron. Me humillan públicamente.
– Baby doll: La humillación privada también duele.
-Archie Lee: No hay tortura comparable a la que sufre un gombre ante una mujer fría. No hay nada peor. he buscado un lugar en el infierno con una casa en ruinas y cinco juegos de muebles sin pagar.
-Baby doll: Lo que has hecho es abarcar más de lo que podías.
(Diálogo entre Baby doll y Lee durante la escena del helado)
Y mientras Lee intenta demencialmente rescatar su negocio –dejando a su esposa a solas con su rival–, comienza el segundo juego entre Baby doll y Vacarro. Otro oscuro juego del deseo en el cual entra en escena la infidelidad, las cosquillas y la seducción. Baby doll nuevamente es forzada a jugar.

Vacarro sigue el juego infantiloide de Baby doll, la persigue, la hace reír, la provoca mediante el “ataque directo”. La carga erótica de esta secuencia es simplemente brillante y terriblemente ambivalente.
El calor sube, entre risas, caricias furtivas y la clásica persecución-seducción machista. Ella sofocada y mareada huye donde Lee, pero éste cegado por su locura competitiva la arroja, violentamente y sin saber, a los brazos del oportunista Vacarro. Debido a esto, el movimiento transgresivo de Baby y Vacarro que se pone en marcha llega mucho más lejos. Y ante la supuesta despedida de Vacarro, Baby doll busca su complicidad y lo invita a su mundo infantiloide y erótico. Él sigue el juego que ha decido jugar la niña adulta que ¿acaso se ha rendido al deseo?. Entonces todos roles vuelven a invertirse. El poder vuelve a cambiar de manos, aparece otra vez la risa y Eros parece murmurar en los oídos de los adúlteros en potencia. Ese murmullo que provoca la efímera apertura erótica de Baby doll y Vacarro desencadena la catástrofe final, cuando los tres saltan al vacío, cada cual a su manera.
Con este affaire se cumple la segunda transgresión que constata la incerteza de la propiedad ((El affaire entre Baby doll y Vacarro sumado a la negativa de ésta a consumar el acto sexual con su marido pone en entredicho aquella norma que Beauvoir ve el patriarcado: “En el régimen patriarcal el hombre se ha vuelto amo de la mujer; y las mismas virtudes que espantan entre las bestias o los elementos indomables, se transforman en cualidades preciosas para el propietario que ha sabido domesticarlas…” (El segundo sexo, pág.197 Simone de Beauvoir, 1977). En este sentido, la transgresión se transforma en emancipación o rebeldía femenina ante el rol estipulado en el matrimonio.)) conyugal; la agonía lenta de este valor en la postmodernidad.

Fotogramas de Baby doll, 1956. La película se bifurca en múltiples tensiones que delinean la diéresis. Visualmente se expresa mediante la linealidad, el dinamismo y la inestabilidad. Un perfecto ejemplo de ello es la escena expresionista de Baby doll y Vacarro en las vigas de alto riesgo del viejo ático. En esta secuencia lo visual domina y refleja las emociones de los personajes con una coherencia poética insuperable.
En definitiva, el filme nos advierte que en la posesión jurídico-marital subyace una gran contradicción: no sólo no impide la frialdad y la indiferencia, sino que provoca la castración y el adulterio. Por eso el deseo arcaico de Lee por Baby doll es su condena, porque ya no tiene la autoridad patriarcal((Concedida tradicionalmente, como bien se sabe, a los hombres que podían comprarla. Pero Lee no tiene ya esa autoridad ni moral ni sobre el cuerpo de ella porque es un fracaso económico, Baby doll hace hincapié en ello y lo usa como excusa y motivo de burla)) para usarla como su objeto o propiedad, aun conservando algo de poder; el que se le acaba volviendo en contra, ya que sólo puede espiarla, controlarla o usarla como “anfitriona”, pero no puede poseerla((Como sostiene Beauvoir, “la idea de posesión es siempre imposible de realizar positivamente: en verdad, nunca se tiene nada ni a nadie y, por tanto, se intenta cumplirlo de un modo negativo; la manera más segura de afirmar que un bien es mío es impedir que otros la usen. Y, además, nada parece al hombre tan deseable como aquello que nunca ha pertenecido a ningún ser humano: entonces la conquista se presenta como un acontecimiento único y absoluto” (ibíd.). Lee no puede impedir nada, ni siquiera la negación de Baby doll.)) ni emocional ni sexualmente, ni siquiera el día estipulado en el contrato. Para su pesar, es Vacarro quien consigue acercarse a ella –disfrutando así de la doble conquista: económica y erótica–, hecho que le trastorna hasta el límite de su contención. Esta contención salta por los aires debido a los celos y Lee se revela y usa la violencia, pero no le sirve de nada. Sólo consigue la respuesta inversa, que Baby doll lleve más lejos su juego de transgresión.
En cuanto a la imagen erótica de la película, ésta es una rasgadura. Sus continuos enunciados visuales neuróticos rompen, por momentos, su silencio hopperiano para exponer bajo esa gran luminosidad una situación oscura, inicua como las campanas de Paulov para sus perros. Como la tópica escena del helado, por ejemplo, que representa en la superficie, una simple discusión mientras Baby doll y aquellas niñas toman un helado. En segundo plano unos hombres ríen y se burlan. La carga sexual de esta secuencia podría ser menos provocadora si aquellas niñas no formasen parte del cuadro y enturbiasen muchísimo más la imagen. De modo que la línea oficial se transgrede a dos niveles –visual y moral–, pero en un territorio abstracto, donde significado y significante se disocian o el significado se desdobla. Nos adentramos así en el mundo abstracto de las catacumbas simbólicas; de los sustratos de la moral religiosa, en este caso, la católica. Así que la transgresión, casi siempre expresada en doble sentido, sólo ocurre en la conciencia de quien mira.

Fotograma de Baby doll, 1956. Escena del helado.
En esta película, la mirada que contradice las palabras tiene un papel estructural, como es habitual en los mitos morales de la represión. Por ejemplo, las miradas de Baby doll y Vacarro cuando éste la engaña jugando, tratándola como una niña. Las miradas de Baby doll y Vacarro cuando ella le invita a su habitación-escondite: la pseudoniñez, ese mundo en que incluso el deseo es un juego que da risa… histérica. Y, finalmente, las miradas llenas de sorna de los trabajadores parados de la Desmotadora que deambulan fantasmagóricamente por la propiedad.

Fotogramas de Baby doll. Mientras Lee llama por teléfono tramando algo contra del siciliano, ella apaga la luz y se besan con Vacarro en la habitación contigua. La culpa que antecede al beso queda claramente reflejada en el primer plano de Baby doll y Vacarro.
Las formas del relato
La negación y la consecuente angustia de los personajes de Williams es expresada con las palabras que no se dicen y la cínica elocuencia de los diálogos; con la dirección, al estilo realista de Stanislavski, de Kazan a los actores y la fotografía neorrealista de Kaufman contrastada, lineal y simétrica –consiguiendo una atmosfera de tonalidad dramática, expresionista y kammerspiel, enfatizada por el aislamiento hopperiano y la soledad silenciosa, por los árboles sin follaje, la bruma o el humo, las escaleras, las bombillas desnudas, que recuerdan el neorrealismo italiano, y las divisiones claustrofóbicas y angulares del encuadre.
Esta atmósfera –tejida con el clásico movimiento del plano general introductorio al primer plano en interior– que vaticina la catástrofe se dibuja, desde la poética realista, con decorados que remarcan el abandono; mínimos, caóticos (cuando hay objetos) y ruinosos. En este universo, Kazan, Williams y Kaufman nos retienen un momento junto al infantil erotismo de Baby doll, al deseo desbordado de Archie y al deseo oportunista de Vacarro y nos acercan al Mississippi de los años 50 y su decadencia en todo su esplendor… El dark side del sueño americano.
Carla soza, 2019
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