—Quiero que me aten con gruesas cadenas a la butaca, que me azoten sin piedad hasta que todo Santiago oiga mi ronco alarido de placer —exclamo provocativamente.
Bezerra, un veterano de la noche y las artes, levanta una ceja sospechosa mientras bebe el primer, el mejor, sorbo de su chop.
— ¿Eso es tuyo?
—No, de Emar —confieso— pero interpreta exactamente lo que espero de una película.
— Pides perfección— me lanza abruptamente Bezerra. Abro la boca para una respuesta pero justo en ese momento llega a la mesa mi as completo y prefiero hincarle el diente que contestar a mi amigo. Estamos en el San Remo, una clásica fuente de soda ubicada en Mac Iver casi al llegar a la Alameda y acabamos de ver Relatos Salvajes, de Damián Szifrón. Devoro el as, en tanto me confidencia que le fascina cuando queda al descubierto el bárbaro que todos llevamos dentro, escondido bajo una pátina de civilidad.
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—Ojalá todo reviente —rematando en una fiera carcajada.
Mientras vigilo el ketchup que chorrea peligrosamente por mis dedos, lo escucho destacar la capacidad que tienen los argentinos de reírse de sí mismos, sin esa característica autohumillante de ciertas películas chilenas. Le acepto el punto, pero le recuerdo que la comedia negra, tras la risa que provoca, te invita a reflexionar, en una crítica o burla a las normas o convenciones sociales. Relatos plantea una premisa o pregunta que responde de manera simple (muerte o cárcel) y efectista. Risas, sí, pero no salvajes.
—Te apuesto que tras esta cerveza no le daremos más vueltas.
—Parecen hiperfigurativas noticias de la crónica policial… Faltó opacidad, texturas, sombras en los personajes —reflexiona Bezerra, delatando su oficio de pintor—. ¿Problema del guión?
Me voy para adentro. De un mal guion se puede hacer una buena película. Solo hay que tener una mirada, una hipótesis. La cámara de Szifrón registra, brillantemente, pero no indaga en el relato, quedándose en la anécdota, salvo en el de la novia desquiciada, genial. Quizás el hecho de que el guion sea del mismo director le hizo perder perspectiva…
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—Si hay un problema —contesto finalmente— es de tiempo. Haberse detenido en ciertos momentos, el cine es tiempo-espacio, haber escarbado en la herida de cada historia hasta encontrarle el nervio que te hiciera retorcer de dolor… En fin, quién sabe, pero rescato la idea de que estamos todos cagados, ricos y pobres. Ah, y la secuencia inicial de créditos.
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Pero mi amigo ya no me escucha, olvidado ya de la película, siguiendo con nostálgica mirada el joven cuerpo, ceñido de rojo y negro, de la garzona. Mientras enfilamos por Mac Iver, quiero hablar de la calidad actoral argentina, manifiesta en sus secundarios o de… pero las luces de los pocos night clubs que aún perduran en la zona me atrapan y me recuerdan que, alguna vez, esta ciudad fue salvaje.
Francisca Garcia, 2016.
Trailer de «Relato Salvaje», 2014
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