Star War VII

Fotograma de «Star Wars, El despertar de la fuerza». 2015
Kylo Ren tiene a Han Solo frente a él. Kylo Ren es el hijo, Han Solo es su padre. Son dos destinos que se encuentran. El padre ve en el hijo al retoño perdido, al hijo pródigo, que como buen hijo pródigo, debe volver a aceptar, a acoger, a perdonar. El hijo ve en el padre todo lo que él rechaza, de lo que huye, la vejez, el patetismo de la vejez, ¿quizás el destino que le espera si la genética fuera ese sino inevitable del cual es imposible escapar? Están sobre un puente dentro de una nueva Estrella de la Muerte, que da a un precipicio infinito, que recuerda mucho el precipicio por el cual cae Luke cuando se entera que Darth Vader es su padre después de que este le amputara la mano. Pareciera ser un escenario ideal para enfrentarse a un padre. Quizás tiene que ver con el vértigo que produce encontrarse cara a cara con el ser que te engendró. Nuevamente hay un padre y un hijo enfrentados, la diferencia acá es que ahora es el hijo quien ataca, ahora es el hijo quien traiciona y finalmente es el hijo el que mata al padre. Desde la tragedia de Edipo, que estaba condenado a matar al suyo y a follarse a su madre, que este tópico ha atormentado a la humanidad. Freud se encargó de sistematizarlo en una teoría psicoanalítica y estamos constantemente usándolo en rituales de transición a la vida adulta.

Fotograma de «Star Wars, El despertar de la fuerza». 2015
En “El Despertar de la Fuerza”, el director J.J. Abrams también mata al padre, al echar por tierra toda la nueva trilogía anterior dirigida por Lucas. Desde el minuto uno, nos damos cuenta que el exceso de croma y de seres digitales acá será bastante más discreto. No es un parricidio que pasa solo por una decisión estética, es también un asunto de narrativa, que le da mayor espacio a una construcción de personajes que nos conectan con la emoción, en contraposición al destaque de la estética del video juego que Lucas instaló en la trilogía anterior. Lo interesante acá, es que este rechazo tan evidente a lo instaurado por Lucas, es a su vez un homenaje al mismo universo que el propio Lucas construyó a fines de los 70 y que después traicionó. Podríamos decir que Lucas, como Anakin, se pasó al lado oscuro, que traicionó su moral instalada en la primera trilogía, que intentó incluso modificarla en el camino cuando la reestrenó a fines de los 90, contaminándola con cuanto píxel encontró para hacerlo, y que llegado el momento de hacer la nueva trilogía de principios de los 2000, se hundió en la más profunda oscuridad de las monstruosidades digitales, colocando a sus pocos actores en sets de pantallas verdes, totalmente enajenados del universo que intentaba hacernos creer que era real, a punta nuevamente de pixeles. Era triste ver a Samuel Jackson y a Ewan McGregor luchando contra la nada, podíamos ver en sus miradas que no veían, que movían sus espadas láser al vacío, mientras unos dibujitos animados los rodeaban y atacaban, unos dibujos sin peso, que claramente no estaban ahí. Lucas, empecinado en matar al cine, cambió las nobles cámaras de 35 milímetros por sospechosas e incipientes cámaras digitales, traicionando de paso al celuloide y dándole a la saga una estética y textura televisiva. Ya no quedaba nada. George Lucas lo había destruido todo. Y cuando creíamos que el Imperio había triunfado, viene Abrams y mata al padre y rescata los animatronics, y rescata las escenografías, y el celuloide y sobre todo la emoción. Mata al padre, no para destruirlo, sino para recuperar lo que había perdido, para traerlo de vuelta a los orígenes. Y ahí estamos nuevamente frente a una estética que marcó una infancia, que nos llenó de mitología. Abrams comprendió la relación afectiva que teníamos con la saga e hizo algo con eso, pero al mismo tiempo da el paso más osado. Nos vuelve a reunir con Han Solo, para acto seguido matarlo. Vuelve a la vida la mitología para destruirla e instalar una nueva.

Fotograma de «Star Wars, El despertar de la fuerza». 2015
El shock de ver a Han Solo caer por ese precipicio es indescriptible. Solo atino a decirle a mi hijo de cuatro años, mientras lo tengo abrazado a mí y vemos por enésima vez la película frente al televisor, que nunca me vaya a hacer algo así. Mi hijo me responde que no, que nunca lo hará, y yo me tranquilizo, pero sé que es una falsa tranquilidad, porque sé que él está condenado, así como Edipo, a matarme y que algún día atravesará su espada láser en mi corazón y que caeré en un precipicio espacial. Así como yo maté a mi padre, cuando me explicaron en esa salita de hospital que seguirían intentando salvarlo, aunque sabían que no era mucho lo que se podía hacer y yo miré a mi madre y a mi hermana y les dije que no tenía mucho sentido seguir insistiendo y que lo dejáramos ir. Al pobre de Kylo Ren no le quedaba otra, tenía que matar el padre, para ver si con eso se le pasa el susto que lo persigue en su mirada, para ver si con eso puede encontrar su propia identidad, su propio camino, su propio yo, para ver si con eso se tranquiliza y sigue avanzando. Al parecer no es suficiente, las historias de hijos que matan al padre nunca terminan bien. Edipo por ejemplo terminó ciego, porque la verdad era demasiado horrible y no quería verla. J.J. Abrams dirigió el episodio 7, pero ya no se atreverá a dirigir los que siguen, porque quizás ahora la saga entrará en el terreno del abismo, del vértigo, de lo nuevo. El terreno huérfano, donde no hay padres, donde el destino es incierto.
Han Solo le pide a su hijo que se quite la máscara, quiere ver su rostro, el rostro de su hijo, dice. Kylo Ren lo hace y vuelve a ser Ben por un instante. Desde su cara desnuda puede reprocharle todas las carencias. Puede reprocharle al padre, que es uno de los deportes favoritos de los hijos. La escena es presenciada por tres personajes como si fuera una obra de teatro. John Williams se calla y el silencio lo invade todo. Kylo Ren asegura que ya no existe el hijo de Han Solo, que este se ha ido, que ese niño tonto y débil, como aún es Han Solo para él, ya no está. El mirarse cara a cara, esa mirada padre-hijo, tiene mucho que ver con la mirada frente al espejo. El padre se ve reflejado en el hijo, generalmente con orgullo. El hijo se ve reflejado en el padre, generalmente con rechazo. Son los misterios de la biología, adoramos nuestra descendencia, pero rechazamos nuestra genealogía. Kylo Ren asegura que él mismo se encargó de destruir la descendencia de Han, rompiendo con su origen.

Fotograma de «Stars War El despertar de la fuerza». 2015
Han se acerca, haciéndole ver a su hijo que está siendo manipulado por otros, por el “mal”, pero que la verdad es otra, que el niño detrás de Kylo Ren, aún está ahí, en esa mirada de cachorro asustado que el personaje carga durante toda la película. Han se acerca más y más y le pide a su hijo que vuelva a casa con él, era ese el principal objetivo de su ida a ese lugar, aunque lo haya disfrazado de una misión para salvar la galaxia. El síndrome del nido vacío en las estrellas puede tener dimensiones infinitas. Los ojos de Kylo Ren se humedecen, añora quizás los momentos de ternura que tuvo con su padre, esa contradicción vital que todos cargamos, esos pequeños momentos, cuando se tomaron la mano para cruzar una calle, cuando recibió un cariño desordenándole el pelo, cuando vio en su mirada y en su boca, una sonrisa de aprobación por algún logro estúpido que hizo en su primera infancia. Se sincera, le revela que su alma está en conflicto, que siente dolor y que quiere que ese dolor desaparezca. Le está pidiendo ayuda a papá. Y papá como buen papá está dispuesto a hacer lo que sea por su hijo. Y es ahí cuando vuelve a entrar Williams para manipularnos. Kylo está a punto de entregar su sable de luz en señal de rendición, después de haber tirado la mascara a sus pies, pero la oscuridad anuncia la tragedia. El sol se ha apagado afuera, y solo quedan las luces rojas. Todo era parte de la manipulación del hijo, que según algunos te manipulan desde que nacen con esos llantos ensordecedores para lograr lo que quieren, y el sable se enciende, y atraviesa el cuerpo del padre que mira perplejo el acto fatal del hijo. Pero antes de morir sobra tiempo para una última caricia en su cara desnuda. Antes de caer al precipicio, sobra tiempo para ese acto de perdón. La escena termina y da paso a una larga secuencia de acción propia de las películas del género. La seguimos viendo con los niños, mientras los destellos de luz rebotan en la pared de la pieza.
– Nunca me vayas a hacer algo así, hijo.
– No, papá, no. – Me responde con ternura, aferrándose a mí.
José Fonseca, 2016.
Trailer de Star Wars 2015
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